viernes, 25 de enero de 2013

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      Esta vez, ahora que mucha gente está con exámenes, quiero escribir sobre los profesores. Tengo como una necesidad urgente de hablar del tema, pues ando un tanto picada últimamente con algunos. Y creo que no soy la única.

       Sí, os explico. Resulta que hace no mucho llegó una profesora, cual había sido sustituida el resto del curso por maternidad. Si la sustituta no era nuestra profe favorita, con esta nueva el suicidio antes de una de sus clases se nos queda corto. Insisto, muy corto. Ya podía haber sido la sustituta, la profesora “tan querida”; aguantarla unos pocos meses, y se acabó el problema. Pero no. Y lo mismo con otro centenar de profesores con los que nadie entiende ni siquiera porque maldita razón entran en clase, pues no necesitamos a nadie que saque fotocopias y ocupe la silla acolchada y giratoria. Gracias, pero no.

       Aunque eso no quita que también existan buenos profesores, porque creedme que los hay, o al menos yo he tenido algo parecido a ello. Y he llegado a la conclusión de que hasta segundo de la ESO, -son todo teoría “Brooke-made”-, los profesores estudian magisterio, que son los que de verdad tienen vocación de profesores. En cambio, de ahí para arriba, tercero, cuarto de secundaria, son profesores que aspiraban a algo más pero se quedaron a mitad de camino, y escogieron ser profesores antes de buscar su 
verdadera vocación.



       Y por esta misma razón, -padres tenedlo muy en cuenta- probablemente tercero de secundaria sea uno de los peores cursos. Sí, me di cuenta hace poco, cuando mi hermano pequeño se quejó durante la comida de que este curso era mucho más duro. En mi caso también fue así. Solamente por poneros un ejemplo, os diré que un curso antes, quiero destacar especialmente a un profesor de sociales que era capaz de entretener a un muerto y una profesora de lengua que simplemente con abrir la boca era capaz de motivarte para dejar lo que fuera que estuvieras haciendo y ponerte a escribir la biblia, me valía con echarle una hojeada a los libros el día antes para sacar un nueve en el examen, y no porque fueran fáciles precisamente. En cambio, al llegar a tercero me llevé el gran tropezón. Era todo estudiar, e incluso los libros tenían páginas rotas de tanto estudiar. Todo por culpa de que por mucho que sepan, no tienen por qué ser profesores. Sí, hay que aprender a enseñar.

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